(A la parte 15)
Las consecuencias del primer teorema de Gödel
Uno de los temas de controversia durante la crisis de los fundamentos giraba en torno a qué razonamientos matemáticos podían considerarse aceptables. Los intuicionistas, en particular, sostenían que las reglas usuales de la lógica sólo son válidas si se aplican a conjuntos finitos y que cuando tratamos con el infinito (que ellos sólo aceptaban en sentido potencial) las reglas de razonamiento debían ser diferentes. En particular los intuicinistas rechazaban para el infinito las demostraciones por el absurdo.
El Programa de Hilbert propuso un criterio objetivo para determinar cuáles razonamientos eran válidos y cuáles no. Para cada teoría matemática debía establecerse un algoritmo que fuera capaz de distinguir entre los razonamiento correctos y los incorrectos. En realidad, ya una idea similar había tenido Leibniz dos siglos antes. Leibniz había imaginado alguna vez la posibilidad de un lenguaje formal para la lógica, lenguaje que estaría constituido de tal modo que razonar equivaliera a calcular, de tal suerte que cuando dos filósofos tuvieran alguna disputa, en lugar de discutir, simplemente calcularían.
Hilbert esperaba que estos razonamientos algorítmicos (o finitistas) fueran suficientemente potentes como para demostrar toda verdad matemática (o al menos todas las verdades de la Teoría Elemental de Números). El Primer Teorema de Gódel dio por tierra con esta esperanza.
Pero la pregunta quedó en pie y sigue en pie desde entonces, aunque ya casi nadie la plantea explícitamente ¿qué es un razonamiento matemático válido? Dijimos clases atrás que toda verdad relativa a la Teoría de Números puede demostrarse a partir de los Axiomas de Peano pero ¿qué significa en este caso la palabra “demostrar”? La respuesta que suele darse a este interrogante es vaga e intuitiva, “todo el mundo sabe” qué es un razonamiento válido. De hecho, el primer Teorema de Gödel prueba que no existe, que nunca podrá existir, un criterio objetivo y finitista para determinar si una demostración es correcta o no.
Ése es el legado de Gödel, no la incertidumbre sobre la consistencia de la Matemática (consistencia de la que nadie duda aunque no pueda darse una demostración finitista de ello), sino la imposibilidad de determinar de modo claro y conciso cuáles razonamientos matemáticos son válidos y cuáles no. La decisión última a este respecto termina siendo en general una cuestión de mayorías, las demostraciones correctas son aquellas que la mayoría de los especialista consideran como tales. Las controversias en torno a la demostración de la conjetura de Kepler son tal vez una consecuencia de este legado.
¿Es posible que en el futuro un nuevo Gödel o un nuevo Hilbert den finalmente con un criterio (no finitista por fuerza) que permita distinguir de modo claro e indubitable cuáles son los razonamientos que pueden considerarse válidos y cuáles no? ¿Podrá suceder entonces que algunas demostraciones hoy consideradas correctas dejen de ser válidas en el futuro? Esto ha sucedido ya en el pasado, en 1806, por ejemplo, Ampère demostró (y la demostración fue publicada en una revista de la época, es decir la demostración era válida en ese tiempo) que toda función continua es derivable, excepto eventualmente en algunos puntos aislados y esto fue tomado como cierto hasta que en 1872 Weierstrass mostró ante la Academia de Ciencias de Berlín un ejemplo de una función continua que no es derivable en ningún punto (Bolzano había encontrado antes otro ejemplo, pero no lo publicó) ¿Podrá suceder esto nuevamente en el futuro? Algunos responderán que no, otros dirán que sí, otros, finalmente, diremos quién sabe.
Las consecuencias del primer teorema de Gödel
Uno de los temas de controversia durante la crisis de los fundamentos giraba en torno a qué razonamientos matemáticos podían considerarse aceptables. Los intuicionistas, en particular, sostenían que las reglas usuales de la lógica sólo son válidas si se aplican a conjuntos finitos y que cuando tratamos con el infinito (que ellos sólo aceptaban en sentido potencial) las reglas de razonamiento debían ser diferentes. En particular los intuicinistas rechazaban para el infinito las demostraciones por el absurdo.
El Programa de Hilbert propuso un criterio objetivo para determinar cuáles razonamientos eran válidos y cuáles no. Para cada teoría matemática debía establecerse un algoritmo que fuera capaz de distinguir entre los razonamiento correctos y los incorrectos. En realidad, ya una idea similar había tenido Leibniz dos siglos antes. Leibniz había imaginado alguna vez la posibilidad de un lenguaje formal para la lógica, lenguaje que estaría constituido de tal modo que razonar equivaliera a calcular, de tal suerte que cuando dos filósofos tuvieran alguna disputa, en lugar de discutir, simplemente calcularían.
Hilbert esperaba que estos razonamientos algorítmicos (o finitistas) fueran suficientemente potentes como para demostrar toda verdad matemática (o al menos todas las verdades de la Teoría Elemental de Números). El Primer Teorema de Gódel dio por tierra con esta esperanza.
Pero la pregunta quedó en pie y sigue en pie desde entonces, aunque ya casi nadie la plantea explícitamente ¿qué es un razonamiento matemático válido? Dijimos clases atrás que toda verdad relativa a la Teoría de Números puede demostrarse a partir de los Axiomas de Peano pero ¿qué significa en este caso la palabra “demostrar”? La respuesta que suele darse a este interrogante es vaga e intuitiva, “todo el mundo sabe” qué es un razonamiento válido. De hecho, el primer Teorema de Gödel prueba que no existe, que nunca podrá existir, un criterio objetivo y finitista para determinar si una demostración es correcta o no.
Ése es el legado de Gödel, no la incertidumbre sobre la consistencia de la Matemática (consistencia de la que nadie duda aunque no pueda darse una demostración finitista de ello), sino la imposibilidad de determinar de modo claro y conciso cuáles razonamientos matemáticos son válidos y cuáles no. La decisión última a este respecto termina siendo en general una cuestión de mayorías, las demostraciones correctas son aquellas que la mayoría de los especialista consideran como tales. Las controversias en torno a la demostración de la conjetura de Kepler son tal vez una consecuencia de este legado.
¿Es posible que en el futuro un nuevo Gödel o un nuevo Hilbert den finalmente con un criterio (no finitista por fuerza) que permita distinguir de modo claro e indubitable cuáles son los razonamientos que pueden considerarse válidos y cuáles no? ¿Podrá suceder entonces que algunas demostraciones hoy consideradas correctas dejen de ser válidas en el futuro? Esto ha sucedido ya en el pasado, en 1806, por ejemplo, Ampère demostró (y la demostración fue publicada en una revista de la época, es decir la demostración era válida en ese tiempo) que toda función continua es derivable, excepto eventualmente en algunos puntos aislados y esto fue tomado como cierto hasta que en 1872 Weierstrass mostró ante la Academia de Ciencias de Berlín un ejemplo de una función continua que no es derivable en ningún punto (Bolzano había encontrado antes otro ejemplo, pero no lo publicó) ¿Podrá suceder esto nuevamente en el futuro? Algunos responderán que no, otros dirán que sí, otros, finalmente, diremos quién sabe.
FIN